Reseñas
LA
NIÑA BONITA: entre el presente y la memoria
La niña bonita / Florencia Abbate,
Mónica Borgogno, Mariana
Bustelo, Dolores
Espeja, Juan
Fernando García, Roberta Iannamico,
Hernán La Greca, Gisella
Lippi, Silvina
López Medín, Anahí Mallol, Marina Mariasch,
Florencia Podestá, Gabriel
Reches, Gabriel
Roel y Fernando Tellategui
Córdoba, Alción, 2000, 185 páginas
Por Jorge Monteleone
Hay
un país de la desgracia, hay un país del crimen, hay un país donde todo
tiempo utópico -que es
el tiempo suspendido en el que las cosas fueran de otro modo- se ha hundido
en un círculo vacío que gira hacia la nada. Hay, para una generación
anterior, en esos días en que para muchos de estos poetas había
infancia, una triple memoria de la dictadura: el horror, el desarraigo, o la
bovina monotonía de las horas suburbanas. Tiempo que se muerde, rabioso, a sí
mismo; memoria de la pesadilla. Tiempo y memoria, los muros donde se alza la casa de la historia, la
historia nuestra, esto que nos ha tocado. En ella, todos nosotros contamos
con la humillación, la derrota, a
veces la distraída felicidad, pero para algunos esos son,
además, instrumentos, formas posibles, huellas en la voz. Algunos, otros,
además, hablan, escriben, nombran. Y aunque cada poeta es una voz única que
nombra, aunque fuera con temblor, sobre todo en sus primeros libros, hay,
como dice la contratapa de
la antología La niña bonita, "una resonancia de
voces", una "música epocal" donde los poemas se preguntan otra
vez cómo nombrar en lo imaginario aquello que nos ha tocado, el tiempo, la
memoria, la casa de
la historia. Los poetas reunidos en esta antología nacieron entre 1968 y
1976. Lo que conmueve en un libro como éste es percibir el modo en
que cada uno y
todos a la vez, tornan a preguntarse de nuevo, vuelven a nombrar en un
sistema propio de
amplitudes y restricciones, de creencias y de
negligencias, de ritmos posibles y
de olvidos, un cierto espejo múltiple que nos repite en el
lenguaje y así nos cifra. Quiero apuntar aquí algunos de esos rasgos, que
pueden reconocerse en uno u otro, en algún poema, en algún verso, en una
elección común.
No
suele prevalecer lo continuo en estos poemas, sino la intermitencia. Un verso
o una breve serie de versos suele reunirse como episodio, apunte, comentario,
dato. El verso o el conjunto de
versos que sigue no establece con lo anterior una inmediata
conexidad. Y tampoco lo que sigue. Y así, de continuo. Lógica del zapping:
una atención flotante, una discontinuidad, un ritmo abrupto que de pronto se detiene y
reúne. Eso por un lado. Pero por otro, el poema se precipita a veces hacia un final, porque
su símil no es la interjección, sino el relato. Ese final es concluyente,
guarda la apariencia de una definición. De ese modo los versos finales
provocan una equívoca sensación de totalidad, yo diría una nostalgia de
totalidad. En esta tensión formal aparece una dualidad que se quiebra entre
el tiempo presente y la memoria de un pasado.
No
creo que haya en estos poemas una futuridad, una fe progresiva, un
lanzamiento a lo porvenir (aquello que se resume en aquella metáfora militar
de la estética: vanguardia). Entre otras cosas porque no sólo el futuro llegó
hace rato, sino porque "no se sabe qué sucederá". El presente ocupa
todo su escenario. Pero no un presente como un día pleno, cargado de luz
diurna y de
sentido, como un dios. Se trata más bien de un presente allanado a un día
cualquiera, este día, el día
cotidiano. El presente es el
hoy mismo, que además, pasa.
Tal vez no hay demasiado de dónde sostenerse, y la palabra cuenta, apenas,
con algunos detalles.
Muchos
de estos poemas recurren, entonces, al relato de ciertos episodios. Su
materia es la anécdota. Hay como ráfagas de hechos y a menudo los
poemas tienen el ritmo entrecortado de una acción. Toda esa épica se levanta
en una moneda arrojada aquí, sobre la palma. Una danza, un desayuno, una
detonación, sumergirse en el mar, percibir el lila del jacarandá Actos:
instantáneos.
Si
no el futuro, el pasado sí aparece, aunque como conflicto, como busca, como
apelación, como nostalgia. No el pasado trascendente de un linaje, de una
historicidad, o de un legado. El pasado está allí, cerca. El pasado es el
recodo donde fuga esta actualidad de un día cualquiera. Entonces, si hay
mudanza, sólo podría buscarse en objeto mínimos como breves talismanes del
recuerdo, en restos de memorias, en deshechos, el poema como "una parte
de la casa donde se juntan cosas". Son esos caracolitos en una caja,
todo lo que resta del océano sin término.
Pero
hay algo más: la sospecha de que allí no está todo. De que hay algo, acaso
grandioso, acaso terrible, acaso intenso, que se ha perdido o, lo que es peor, que acaso nunca
ocurrió, pero cuyas equívocas señales parecen vivir en el lenguaje o en la
costumbre. Entonces, al vínculo con el pasado se agrega esto otro: una
nostalgia sin objeto, una nostalgia de lo no ocurrido, una anamnesis, un
recuerdo cuya sola aparición está en los nombres del recuerdo. En estos
poemas el pasado está muy cerca, el pasado acaba de pasar o, de lo contrario,
es la sombra de un monumento, nunca visto y que tal vez no exista o sólo
aliente en el pretérito perfecto: lo que irremediablemente ha sido.
Y sin embargo el poema busca dos
espacios donde la palabra retorna para que, por un lado, el presente sea más
pleno y, por otro, el pasado dé todo de sí, conservado como una cierta
duración. La fiesta en -el primer caso- y la infancia, la infancia propia -en
el segundo.
En
muchos de estos poemas hay fiestas: nada trascendente tal vez, en el sentido
de ritual. Hablo de bailes o casamientos o cumpleaños o encuentros bajo las
luces. La escena de la fiesta como inmediato vínculo social, como evento
deseado, como escena de
la mutación y el maquillaje, como multiplicación del
presente, incluso como decepción. Las palabras quieren dar cuenta de este fugaz y
múltiple ser de lo bailable, intensidad de lo repentino.
En
muchos de estos poemas, además, hay un lugar del pasado que se privilegia y
entrega todavía sus signos: la infancia. Y en la infancia reaparece el
espacio familiar donde los poetas son, casi invariablemente, los hijos. Con
la infancia el lenguaje irrumpe en cierta naturalidad de dicción, el lenguaje
refiere, el lenguaje relata una historia íntima y se carga de reconocible
pretérito. Es el "íntimo retorno" de un poema. Allí, en lo perdido
que alienta, en la forma de la ausencia, en lo apartado, allí donde el yo ya no es, incluso si fue feliz, aparece una forma del
lirismo.
Cuando
leo los índices de una promesa, cuando leo en Florencia Abbate que
hay un primer albor, que hay un sueño con "la verdad provisional de un
deseo" (p. 14) y en Mónica Borgogno leo que hay también el sueño
"de un pájaro de otras tierras" que viene a cantar un día (p. 23),
sé que algo espera el poema;
cuando
leo los emblemas de una memoria, en Mariana Bustelo que
"junta fotos medallitas/ recuerdos de otros/ como si las cosas dieran/
cuerpo a su dolor" (p. 41) y en Dolores Espeja leo que
"Las cosas ya se aplastan/ oscuras. Con todo, falta/ recordar varios
detalles" (p. 52) y también leo en Juan Fernando García que
"Busca/ en la imposible territorialidad de su mudanza/ un objeto nimio: la rosa seca/ que se vuelve
imagen de una despedida" (p. 55), cuando leo eso sé que algo del tiempo
que fue retorna en el poema, siquiera como invención;
cuando
leo esas historias de infancia de Roberta Iannamico, hacer la medialuna
sobrevolando la superficie
de la tierra, estrella o flor: "un contacto veloz/ con
cada una de mis cuatro puntas/ una flor más/ en el aire del jardín" (p.
74);
cuando
leo esos personajes de
Hernán la Greca -el hombre de la Atlántida, Sarrasani, Dr.
Freeze- que de
pronto desenmascaran el llanto o la inmersión en el agua letal del
sentimiento para "un muchacho acostumbrado al sustento de los ojos"
(p. 82), sé que al menos hay un lugar del poema, un sitio donde la imaginación se
levanta;
cuando
leo en Gisella Lippi
las faenas del vacío, el "yo que entrama la suspensión del rasgo/ la
supresión del día que separa" (99) y entretanto leo en Silvina López Medín una
foto que reúne: la historia de la coronación de Quo Cong, la araña reina, un
punto en la foto, mientras el yo
"a los tres años es dueña del mar" (p. 106), sé que el poema se
tensa entre lo ausente y su presente verbal hecho de pérdida y deseo;
cuando
leo en Anahí Mallol
que el yo vive,
asimismo, en lo anodino, "como quien guarda/ el deshecho de un recuerdo/
de un deseo/ en un relicario de ámbar" (p. 118);
cuando
escucho en Marina
Mariasch por última vez a los Counting Crows, grupos así
cuya sola mención ya es
proponer el olvido, y sin embargo algo persiste, en medio del cuarto,
una mancha de sangre, lo que vuelve "de sorpresa cuando ya te dieron/
por desaparecido" (p. 132), sé que el poema lidia con lo inadvertido, e
incluso allí, en lo que pasa, crea su permanencia;
cuando
en Florencia Podestá leo los visajes de un espacio del poema, Palenque, por ejemplo,
las ramas y las hojas de Palenque, el flash del colibrí que pasa en Palenque y sin embargo el poema que se
pregunta "adónde está uno/ cuando dice uno estar/ en Palenque" (p.
149), sé que el poema no ignora que toda su permanencia debe ser escrita en
el agua;
cuando
leo en Gabriel Reches
esos breves lapsos del mirar, esos restos, y sin embargo hay una espera "a un costado/
no temas por el tiempo/ que nos queda" (p. 158);
cuando
leo en Gabriel Roel
que "La palabra nunca anticipa a los animales que imprime" (p. 167)
pero al alba, igualmente, aún, "al inicio noviembre enciende al
lila" (p. 170), veo en el poema los trazos fugaces de lo real como
lastres que arroja el tiempo,
cuando
leo, en Fernando
Tellategui, los vocablos en el aire puro de la página blanca,
reclamando el tiempo mismo que circula allí. "en la zona/ la mano/ en la
boca// una hoja/ cae// cuerpo/ hora" (p. 173), veo cómo el poema nombra
aquellos trazos y el tiempo, oro tiempo, vuelve a ocurrir,
cuando
leo todo esto, siento que entre la promesa y el recuerdo, en los objetos y lo
ínfimo, entre la anécdota y una nostalgia de totalidad, en las fiestas de la
infancia, en lo que deja el dolor, en la espera y la música veloz y la
pantalla fugaz y en la persistencia de las hojas y el brillo de la marea, aquí, entre
el presente y la inminencia de una memoria, estos poemas son ellos mismos el
nombre del tiempo, son tiempo, los que crean las horas, tiempo, tiempo aquí
mismo: el tiempo. Casa de
la historia.
[índice] [principio de la reseña]
Cocina
a leña y darle al hacha.
La cocina económica de los Malvar / Aldo Montecinos
Editorial la Cocina del Museo.
Ingeniero White, 1999.
Por Carolina Pellejero
Poética de la cocina
"La
cocción tendrá que ver con el tipo de horno,
como todo: se recomienda un fuego mínimo, lento
de entre cuarenta y cuarenta y cinco minutos,
pero cada cocina, como cada molde, es particular
y es inútil
establecer una medida exacta para todos."
Sergio
Raimondi, Para hacer una torta sin
leche.
Estaría
bueno tener una cocina a leña, le digo a mi hermana, que está comenzando a
circular por los reductos del arte culinario. Enseguida voy al living y le
traigo un librito que tengo gracias a la amabilidad del poeta del epígrafe;
nos ponemos a mirar y le voy leyendo alguna que otra línea de los relatos de
las primeras hojas. Mi hermana planea hacer unos ensayos o algo así sobre el
pan casero y los dulces; y le interesa lo que le muestro, muchísimo.
José
María Malvar nació en Jeréz de la Frontera, Cádiz, en 1896. Se casó en White,
tuvo tres hijos y fabricó la cocina a leña que calienta la cocina del museo del puerto,
lugar cálido si los hay.
"Fumaba hasta por las orejas mi papá./ Y sí,
vivíamos en la cocina nosotros. / Mi mamá después, cuando vino el gas, no, no
se podía acostumbrar porque decía que tenía que ser la cocina a leña, que las
tortas no salían tan ricas."
El
libro abre ventanita y ahí esperamos una especie de manual o cuaderno de
tareas; un wizard paso a paso, de consulta permanente; pero nos sorprende, es
mucho más que eso. Desde el inicio se muestran dibujitos, vistas,
perspectivas, cotas dibujadas con exactitud y relatos de los hijos de Malvar
con explicaciones que hacen de todo una poética, un discurso de la belleza o
de la exaltación de la belleza
de la cocina, los remaches, los herrajes, los recuerdos,
las tortas que se hacían en latas de dulce de membrillo o batata. "Sí, se hacían tortas acá adentro, si, tortas
acá adentro sí. Adentro tiene todo ladrillo refractario ¿no ves?"
El
papel sigue cuadriculándose, a medida que van pasando las hojas. + dibujos +
imagen, paisaje culinario y no tanto. En la mirada pueblerina de los Malvar
pueden observarse más rasgos poéticos: "Era
un artista mi viejo, yo pude haber aprendido muchas cosas de él y...
Era muy jocoso,
siempre riéndose,
siempre cantando
esa canción
viejísima
que dice:
La española no da
un beso cualquiera,
que cuando da un beso
es un beso de amor
La
cuadrícula, el dibujo a mano alzada, nuevamente un mini poema, como asomándose
por la ventana de papel. Al final, la foto, la imagen revelada de la historia. La
cocina económica de los Malvar se deja ver, coqueta, por encima de un papel
metalizado verde, como esos que venían en los viejos costureros, en las
canastitas de cartón de las agujas.
[índice] [principio
del poema]
La causa de la guerra / Santiago Llach
Sello Editorial Siesta,
Buenos Aires, 2001.
Por Ana Porrúa
Dos
figuras podrían servir para hablar de los libros de Santiago Llach
(Buenos Aires, 1972): la del bonzo
y la del equilibrista. La
primera alude a la intensidad y al efecto de lo instantáneo: un hombre que se
prende fuego ante el público, que incendia el lenguaje. Una poesía sin
mediaciones, que dice lo que ve,
descarnadamente (al menos, ese es el impacto). Es una imagen acorde a la
propuesta de La Raza (1998) y de otra serie de textos de los noventa que
marcaron la escritura dentro del género, como Punctum de Martín Gambarotta, al que los poemas de Llach
aluden/citan, tantas veces. La segunda figura, la del equilibrista, parece adecuada, en
cambio, para pensar su último libro, porque en la causa de la guerra
todo parece empezar de cero (no hay piso). Como el equilibrista, el escritor calibra su
materia, mide sus pasos, indaga posibilidades. La aserción, el enunciado
fuerte e incisivo, prácticamente desaparece. Ya no se trata de la inmediatez y
de la fuerza de un lenguaje, sino –por el contrario- de la reflexión
dilatada sobre el lenguaje.
La
apertura del texto instala la duda como única certeza: "Lucas, hermano,/
dejáme que te
diga una cosa,/ he leído tu libro./ Pero siempre me pregunté si una lectura,/
el hecho de nombrarla, de señalarla,/ de adherir a ella un modo que sugiera/ a tientas,
un derecho de propiedad,/ no es la mejor manera de decir/ que uno no ha leído." El
ejercicio parte de la intimidad, porque se lee algo escrito por un hermano.
Sin embargo, los pasos siguientes van a ser los del alejamiento de ese texto
–que es
un ensayo de economía o sociología, según puede adivinarse- o los de su
conversión definitiva en lo único válido como lenguaje
("-aunque
fuera de la crítica y
la literatura/ no hay otra cosa-"). Por eso el escritor cuestiona una y
otra vez aquello que lee y lo transforma en preguntas: "¿Somos la
partícula sofisticada de una clase,/ imitamos al pensar/ los mecanismos del
otro,/ lo incorporamos/ y lo masticamos/ y lo deglutimos?". O si no
aísla las frases, las saca de contexto, como si pusiese a prueba su sonoridad
o las convirtiese en imágenes: ‘sensibilidad de los flujos’ o
‘sólo lo que la tierra contiene’. La lectura es, también, la de un poeta, que se queda con
pequeños fragmentos densos, con ciertas huellas y éstas son algunas de las
definiciones, puestas entre signos de interrogación, que se juegan en el
libro: "¿en qué consiste la buena escritura?/ (...)/ ¿O en fin, en algo
más, otra vez, aquello/ que es
residuo, ese plus sobre el que...?/ ¿Es algo definido en función de una
intensidad?".
En
este sentido, el de
la incertidumbre que tantea y produce círculos que se despliegan, es que Llach define a la literatura como
"algo que se vislumbra/ pero no se puede apresar" (y cita a
Proust); no es la definición de un romántico o un vanguardista que
sobrevalora la irracionalidad, sino todo lo contrario: "me niego a
suscribir a la poesía/
a un orden del discurso que la ligue/ a lo que no es la razón". Lo que
sucede es que la
razón del bonzo es diferente a la del equilibrista que mira cada vez la cuerda
tensa bajo sus pies y busca sostener el cuerpo (en este caso el del lenguaje)
sin gestos grandilocuentes.
En
la causa de la guerra Llach no
optó por la salida fácil, no reescribió "Los Mickey"; por eso el
libro puede leerse no sólo como reflexión general sobre la poesía, sino también como
un modo de pensamiento (como despliegue de las razones) sobre la propia
escritura.
[índice] [principio del artículo]
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No
estamos solos, estamos con otros / Marina de Caro
Parque Avellaneda,
Centro Cultural
"La Casona de los Olivera".
Bajo
la curaduría de Marcelo de
la Fuente este
espacio de exposiciones supo instalarse como un centro cultural
barrial y también en el circuito mayor de las artes plásticas en Buenos
Aires. Artistas jóvenes junto con artistas de mayor trayectoria se reúnen
mensualmente para inaugurar las muestras del centro de manera conjunta.
Visitas guiadas acercan al espectador a los diferentes lenguajes del arte
contemporáneo.
Durante
el mes de agosto y
hasta principios de septiembre pudimos ver las obras de Martín Di Paola,
Luis Lindner, Leonel Luna,
Carla Bertone,
Chino Soria, Ivan Calmet,
Agustín Soibelman, Andrés Sobrino, Verónica Romano, Lionel Wainstock y Christian
Roman.
En
las salas de la
planta baja tres propuestas se confabulan en demostrarnos que hay alguien más con nosotros, que no estamos solos.
Entre la familiaridad y el extrañamiento Luis Lindner expuso una serie de dibujos a mano alzada
que ilustran un mundo que no es el nuestro, sin embargo nos es familiar, un
mundo paralelo. La caligrafía de la línea nos da el permiso de acercarnos a una
realidad ´extra´. Tanto Martín
Di Paola como Leonel Luna nos acercan a los extraterrestres. Martín Di Paola
describe de manera minuciosa las naves llegadas al barrio, divisadas por las
ventanas de casa o durante la salida del fin de semana. Una fantasía hecha
realidad que Leonel Luna
documentó cuidadosamente a través de fotografías para que nadie dudara de su
imaginación.
Subiendo
la señorial escalera de madera de la casona, Ivan Calmet, Chino Soria,
Agustín Soibelman, Andrés Sobrino y Verónica Romano
instalan sus trabajos en una aparente muestra colectiva. Una curaduría que
nos repite lo parecido que son en sus diferencias, huellas de un pensamiento
analógico. La convivencia entre la pintura ´moderna´ de Agustín Soibelman
junto con la obra de
Chino Soria, una obra que pudiera ser tanto una pintura abstracta como una obra digital, y los
trabajos digitales de Ivan
Calmet nos obligan a redefinir el lenguaje del arte. En el
conjunto cada obra se presenta ambigua. Una propuesta que da un paso más allá
de las individualidades. Un juego de relaciones establecido que habla de un grupo de artistas y no de un artista
con nombre y apellido. Actitud nada menospreciable que nos recuerda
nuevamente que no estamos solos.
[índice] [principio del artículo]
Cultural
Chandón - Rosario 2001 / Xil Buffone
Museo Municipal
Juan B Castagnino de Rosario
24-08 al todo setiembre
Definitivamente
el mundo se ha tornado un sitio poco cool: que el champagne apoye al arte
contemporáneo siempre es una buena noticia.
Con
renovados bríos inauguró en Rosario el "Cultural -Chandon 2001",
donde un ángulo del techo del Museo Castagnino padece bubones y está atiborrado
de mariposas de colores: es "Nido" -de Marcelo Michieli- la obra
que el público premió con su voto.
El
jurado otorgó el primer premio a Ernesto Ballesteros
(10.000$ y un viaje a París); cuatro menciones (1000$) a Carlos Herrera, Isabel
Chedufau, Hernán Marina
y Román Vitali
y menciones honoríficas al grupo En Trámite y a Cristina Schiavi.
Se
trata de una muestra que se propone ampliar el campo de los recursos
tradicionales del lenguaje estético utilizando técnicas mixtas. La selección
da a ver en su mayoría obras fotográficas, digitales, instalaciones y
objetos.
Se
imponen por tamaño y calidad: la dentadura pintada por Daniel García, el
engañoso juego de luces y
sombras autoadhesivo de Pablo
Siquier y las casitas blancas en relieve de Oscar Carballo.
El
recurso del video es altamente poético en "Proyecto para un salto a vacío" de Juan
Mathé, y en los "Pequeños mundos privados " de Gustavo Romano (donde
el espectador se enfrenta a un microscopio en cuyo portaobjeto se ve a sí
mismo filmado de espaldas).
Con
respecto a salones anteriores, "Chandon 2001" contiene un gesto de
notable apertura; pero a su vez, guarda una no casual continuidad con
respecto a lo que se ve en Capital bajo el rótulo de "arte
contemporáneo".
La
coherencia entendida como repetición de la misma afirmación puede resultar
tan ejemplificadora como aplastante.
Si
hay algo que caracteriza a la
Argentina actual es la imprevisibilidad. Resulta extraño el
muestreo acotado ensayando una definición estable...como si lo contemporáneo
pudiera resumirse en una fórmula tan prolija y tranquilizadora.
[índice] [principio del artículo]
Crónicas
Una velada imperdible / Alejandro Rubio
El sábado
18 de agosto, dentro del ciclo "Los Plateros" organizado por Santiago Vega, en la Casa de la Poesía de la Ciudad de
Buenos Aires dirigida por Daniel
García Helder con la inestimable colaboración del
mencionado Vega y
Guadalupe Salomón, se produjo una lectura a la que, según
palabras de una joven periodista del Buenos
Aires Herald novia de un asimismo joven poeta, "había que
ir". Leyeron Daniel
Durand, Damián
Ríos, Fernanda
Laguna, Marcelo
Díaz, Fabián
Casas y Daniel Soria. Como se ve, una sólida columna 18 Whiskies complementada con un toque de belleza y felicidad,
el poeta del interior que también existe y un marginal, según la definición de marginal que reza
"el que sale poco". El cóctel era interesante y prometía una noche
variada. Pasemos a hacer
un breve repaso de cada una de las intervenciones.
Con
la sala a oscuras y una mesa pequeña apenas iluminada por un velador
–escenografía
que más tarde calificaría de "retórica"- largó Daniel Durando.
Primero leyó unos poemas breves que, si eran nuevos, podrían haber sido
escritos hace diez años por él mismo: paseos por el barrio hechos por el
poeta reventado, historias de amor del poeta reventado, un par de cosas más y
el poeta reventado. Después de diez minutos de precalentamiento, pasó al
plato fuerte de su perfomance, el largo poema en proceso
"Marquina". Francamente, no lo caché. A primera oída, parece una
serie de versos inconexos organizados alrededor de un sobreentendido que no
se entiende.
Siguió
Damián Ríos,
quien leyó una serie de poemas de infancia muy tiernos, muy infantes. Me
consta que a algunos les gustó. Ríos fue breve y humilde, adjetivos que
parecen ser sus dos mandamientos como poeta. La brevedad casi siempre se
agradece, pero la humildad puede llegar a ser tan cansadora como la
megalomanía.
La
siguiente fue Fernanda Laguna. Laguna, tan producida y con el mismo aire de desorientación que
la ha hecho célebre, leyó el texto que Ediciones del Diego, es decir, la versión
fines de los 90 de 18 Whiskies,
prefiere y publicó: "El ama de casa". El poema es muy largo y habla
de un ama de casa que
se enfrenta con su hogar y descubre a Dios. Las razones de la preferencia son
arcanas y no me animo a dilucidarlas. A continuación otro largo poema sobre
una chica que debía tener treinta pero parecía de quince que está
esperando que su novio la llame. Esto es, a grandes rasgos, lo que Daniel Link llama
"vanguardia".
Luego,
Marcelo Díaz,
con expresión asustada, leyó partes de su libro en preparación "Diesel
602". La anécdota real que da origen al poema es alucinante
–una
loca que se escapa del Moyano
y trata de robar una locomotora para ir a visitar a su
novio y es detenida
por un cabo de la
Federal- y su tratamiento bebe en las aguas del barroco. La
complicación sintáctica propia del barroco impedía seguir del todo bien el
hilo del poema. Habrá que leerlo.
Siguió
la estrella de la noche, Fabián
Casas, el-que-estuvo-en-Iowa. Casas recitó poemas a los que
previamente explicó, con anécdotas tipo "yo vi a este poeta chileno
borracho en calzoncillos en la pieza que compartíamos y eso me inspiró este
poema". La lectura de
Casas mostró todos sus defectos, como la alienación en lo ganchero y la
inclusión ansiosa de gadgets de la actualidad, y casi ninguna de sus
virtudes, nada de esa percepción literaria, pero dentro de todo fresca, de la circunstancia que
despuntó en Tuca.
Cerró
la noche poética Daniel Soria, es decir, el marginal. Soria leyó textos de un
libro ya publicado que mezcla el paisajismo entrerriano de Mastronardi y
Ortiz con el guaraní y una intervención de carácter joyceano sobre el
español. La contra: leyó mucho, casi todo el libro, y las cabezas ya estaban
demasiado sobrecargadas como para prestarle la atención que merecía.
La
velada tuvo una coda superflua, la presentación del cantautor bochorno del
ambiente poético-musical porteño, Pablo Krantz, quien prácticamente
extorsionó a Vega
para que le permitiera cantar temas de su último disco. La sala se vació tan
rápidamente como bajo una amenaza de bomba.
Rápidamente,
se pueden sacar algunas conclusiones: el stand-by de 18 Whiskies, la rápida conversión de la belleza y la
felicidad en cursilería y bajón de merca, dos promesas de obras interesantes.
¿Suficiente o insuficiente para una velada a la que "había que ir"?
[índice] [principio del artículo]
Buenos
Aires, la capital del verso / Sebastián Morfes
Festival
Internacional de Poesía.
27, 28 y 29 de agosto del 2001,
Buenos Aires, Argentina.
En
un clima de emoción colectiva, exceptuando empleadas del Torcuato Tasso,
público ocasional y algún distraído y
yo que doy cuenta, se dio comienzo al Festival Internacional
de Poesía. El que no se la bancó, la emoción digo, fue Darío Loperfido que ni
bien terminó el discurso, absolutamente consternado por la grandeza del
evento huyó con rumbo desconocido. De todas maneras los organizadores
suplieron su ausencia con calor humano y solemnidad. Así parecen ser estos
festivales; poetas extranjeros que parecen bufones de la mega-nada durmiendo
solos en super hoteles y comiendo comida vegetariana. Sin embargo los poetas de argentina fuman
otra; hoteles más modestos, temas de conversación medio trosca-ambient
superada, pero trosca.
Probablemente
el poeta del interior sea como más sensible y no entienda las cismas y las
alianzas poéticas de las estrellitas de la capital que
toman barbitúricos y sueñan con morir ahogados en una bañera sin más
explicación que el agua.
Estos
festivales por lo que puedo imaginar deben empezar antes de la fiesta de
inauguración.
De
ser así comento a manera de introducción: en cierto reducto gastronómico nos presentaron,
este es pin este es pan.
Edgar Morisoli todo un caballero se puso de pie para
recibir a la extensa comitiva de poetas que poblaba por primera vez el reducto
gastronómico. Eso fue de lo mejor de mi relación con el festival, seguro. Ver
a Susana
Arévalo no tener miedo, pero sí respetar la ingesta diaria de azúcar y un par de días
más tarde, engordar los versos con ecualización elegíaca. El más amable de
los poetas, Victor
Redondo, haciendo el aguante ahí, el neorromántico
argentino comiendo ñoquis de espinaca con salsa rosa, como probando las
mieles de los
secretos que bailan en la noche.
Todo
normal hasta acá. Eventos, poetas hablando de poetas sin mucha pila;
hablando de amigos a
los que aprecian o enemigos a los que detestan.
El
lunes fue la noche de Jorge Escudero, aclarando bien todo eso de que las
huellas que se dejan el tiempo se encarga de borrarlas, eso me dijo en una
sobremesa mientras yo acá en mi casa
de villa rosas miro las migas sobre la mesa y aproximo una
justificación sobre la destrucción total de los restos de comida en el plato.
Después de una lectura
de tiempo promedio, los aplausos del público pedían un bis, creo que él
tampoco quería ceder ante los escalones que supondrían el descenso a las
mesas, los saludos; el reconocimiento no vale nada comparado con la ovación
de las masas, el meneo suave de la danza de la fama; en fin el descenso...
Diana
Bellesi, vestida de santafecina, leyó poemas que decía el auditorio: "eso es Gelman"; no parece
pero el poema no sólo operaba con la figura del lector sino también como
esquirlas en la mesa de
los poetas. La mexicana Natalia
Toledo subió producida como esa premio nobel de la paz de guatemala, y cantó a
la injusticia de la europeización del indio, en un raro idioma que entienden
la tierra, el Subcomandante Marcos
y Manu Chao. Gustavo
De Vera con su voz Formento conmovió a las chicas. Fiesta
poético sesentista en el maldito café de la esquina.
Gracias por lo de
demagógico
Ya
el martes, en el medio del festival, Fernando Pistilli, el embajador del
desparpajo guaraní, enmudeció al auditorio con poemas simplotes, tristes y
justificativos. La organizadora Susana Villalba se disculpó por la ausencia de algunos poetas
extranjeros y lo solucionó repitiendo al crack chileno, Raúl Zurita; y luego la
polémica y el escándalo, y la polémica del escándalo; "estoy cansado de
los poemas nacionalistas, políticamente correctos; no me gusta que me
griten". El chileno estaba enchufado a un marshall a válvulas con
temperatura ideal, pero lo que escuchaba era una guitarra melosa reberverada
en frases de cumbia colombiana masticada por un gomero menemista. Irene Gruss en un momento
de paroxismo épico le dijo, "Zurita
cortá con la demagogia". Igual aguanten Zurita y la Gruss. El poema
subsiguiente del astro chileno fue más declamativo, más distorsión decía yo.
Cerró con un agradecimiento a la
Gruss y un aplauso respetuoso del exigente público. Sanchez
Aguilar dio a entender que estas cosas sociales no le gustan, es más en un
momento pareció que llegó para eso hasta la capital del verso. Williams y poemas que no
recuerdo. Mi compañero Juan Meneguín, "premio Fray Mocho que se entrega
todos los años a un género distinto...", hizo gala de su origen y
tradición (Concordia, Entre
Ríos) en un canto que negaba pero aspiraba a ser una
cosmovisión, descolocó a varios; su cara de miedo, su voz quebrada eran una
evasiva que respondían aparentemente a una misma estrategia.
Zurita
nuevamente en la segunda mesa
de poetas rompiendo todo como Ráfaga en españa, pero el
ambiente no daba para super estrellas, estaban todos medio podridos de los
poetas, de la poesía,
de la onda festivalera. Los organizadores que leían los curriculums onda
"con nosotros el poeta..." obsesionados
por el silencio", "¿me escuchan? ¿me
parece que no? ¡por favor silencio!" Susana
Arévalo subió al escenario ajustó el pedal elegíaco que ponía palabras onda
lóbrego, y un todo expansivo dejó breves los poemas pero extendió los versos,
estiró el corazón de los versos, la estructura más íntima de los versos. Fin
de las lecturas.
La
fiesta estaba del otro lado de los poetas, por suerte.
El torino de Aulicino no
arranca.
Miércoles
final del majestuoso festival. Llegué tarde, la española Olvido García Valdés
leía y mi cabeza respondía con indolencia. Patricia Suárez precedida
de un extenso curriculum hizo justicia por mano propia y concluyó:" al
curriculum falta agregarle que soy adicta al café y que le tengo pánico a
engordar". Esa fue una disuasiva y otra el escote que, como al
descuido, se exponía a la iluminación super lectura de poesía. Salvo un
par de poemas el
resto no soportaron la lectura, pero fue un hallazgo la intención en un
evento plagado de embole y
versos de altura aunque resistida por los gordos del Torcuato Tasso
—"¡Uh cuanta poesía che!". Si me pongo en crítico de
espectáculos levanto el brazo de la rosarina, si me pongo en espectador
prefiero seguir quejándome por el valor de las bebidas en el reducto. Claude
Beausoleil, un poeta canadiense que vino en simpático y se tomó todo el vino
de San Telmo leyó unos poemas que respondían a cierta teoría del poema como
globo aerostático que una vez me planteó mi hermano, la cual sostiene que
para que el globo sea algo del cielo y
de la tierra, la idea es mirar las sogas, las estacas que
lo mantienen en el piso; Beausoleil en este caso manejaba un globo que se
perdía en el azul del cielo como la pantalla de inicio del Corel Draw;
aburrido, inofensivo; me quedó con sus frases en el cenit de la borrachera:
"¡los viejos deben morir!" Un alemán que parecía el papá de uno de
los de U2 leyó poemas medio aburridos que no escuché, la chilena Verónica
Zondec perseguida por un par de jovencitas enamoradas quedó como una señora de izquierda. Graciela
Cros leyó poemas de Cordelia... y mostró
cintura y manejo del pobre público, lástima que leyó 15 minutos de más, y lo
único que quedaba en la
cabeza del público fue el recuerdo de los primeros 6
minutos de lectura y
de que Cordelia se fumó medio centroamérica; unos chicos, seguramente
ricoteros, cantaban con música de Los Pericos
"...y si pintó la chala está todo bien". Ya en el final
del Festival los poetas hacían como aproximaciones a ellos mismos y la
complejidad de lectura se reducía a un par de palabras. Ernesto
Aguirre increpó a la audiencia con poemas cortos para pensar, los que le
redituaron aplausos y comentarios como: "¡que maestro!". El mundo es un instrumento que
se ejecuta caminando, cosas así. Aulicino cerró el cachengue con una
antología de sí mismo, le hizo un chiste a Mangieri por una errata, y bueno sus poemas se desvanecieron
en la lectura, el poeta de Paisaje con
autor me puso ante un dilema: ¿sus poemas tenían esa evidencia en
el contenido, en los versos o, eran en realidad, torino fundido? De esa
manera cedió el cetro de poeta consagrado a Graciela Cros.
Fin
del festival, una reunión de poetas en el bar de la esquina ya sin plata para pagar
cerveza, sin aliento para discutir ni comentar nada. Con cara de borrachos en
año nuevo en ese dichoso momento de balance, de mediciones, pero a la vez
tristemente sobrios. Como las migas en mi mesa después del almuerzo, eso que
dijo el viejo Escudero: el tiempo se encarga de borrar todo, los rastros se
borran: las huellas del otrora poderoso torino de Aulicino, las cenizas de la Cros, el escote de la Suárez, Zurita sin marcas
en la cara, el borracho canadiense, el alemán moderno, la objeción de la Gruss, mi amabilidad, las
migas en la mesa, nada se resiste a una rejilla.
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